Oh melancolía!
Qué extraño es sentir el sonido de la lluvia
cuando no está lloviendo
mirar por la ventana las calles secas
y sentir el sonido incesante de la lluvia
Ahora escucho el crujido de una silla mecedora
Alguien teje alguien se para
alguien entra con unas tazas de té
alguien hace ruido con la vajilla
Qué extraño es sentir el quejido
de una silla mecedora
cuando nadie se está meciendo
el tintinear de la vajilla
cuando nadie está poniendo la mesa
la algarabía de los invitados
cuando las sillas están vacías
y el sonido de la lluvia
el persistente sonido de la lluvia
cuando no está lloviendo.
Cosas que se escuchan
Oscar Hahn.
Un poco más de cuatro meses de encierro y contando. Según dicen las autoridades, la pandemia está en su cima en Chile, y así lo vemos también en el resto de América. El número de contagios se regulariza en una cifra pero los muertos aumentan. Aun no hay señales que permitan pensar en la "nueva normalidad" que en algún momento tendremos que enfrentar: salidas restringidas, espacios públicos que procuren evitar el contacto estrecho con otrxs, mascarillas incrustadas en los rostros, permanentemente. Manos lavadas a todo evento, desinfección perenne de nuestras cuerpas.
En este escenario distópico, tan golpeador que apenas si logramos reflexionar al respecto, las expresiones desesperadas por el encuentro se oyen con frecuencia. Hay un estado nostálgico que ha tomado por el cuello a la población y no da tregua. Cada vez que entro a alguna reunión, foro o taller, ya sea por mi trabajo o buscando espacios de aprendizaje que me permitan seguir moviendo las neuronas en confinamiento, es recurrente que la conversación se desvíe al comentario del estado ansioso, deprimido y tanático en el que se encuentra la mayoría. Me siento un bicho raro pues creo (nunca hay certeza en el conocimiento que uno cree que tiene de si mismo, el inconsciente nos "salva" de extrañas maneras), no me he sentido añorando ningún pasado, tampoco el encuentro o la piel de otro, Sí, he querido extremar mi soledad (¡!), pues viviendo en familia los tiempos y espacios para estar absolutamente conmigo se hacen escasos. Entiendo que esto sucede en parte por mi condición de privilegio: tengo una casa suficientemente cómoda y agradable como para depositar mi cuerpa sin preocupaciones; tengo trabajo y no hay asuntos económicos por resolver. Además, tengo hijos y marido en casa, y afortunadamente, nos llevamos bien. Además, me llevo bien conmigo. Entonces hago el ejercicio empático de no juzgar a quienes pierden cordura y tranquilidad en este tiempo, pues cada uno tendrá razones para sentirse como le parezca.
Hay algo, eso si, que no puedo soslayar. La nostalgia por determinadas personas o situaciones se torna muchas veces inespecìfica, llamando a un estado de melancolía que creo difícil de erradicar, aun cuando las condiciones de la vida "normal" se restablezcan. Eso de "todo tiempo pasado fue mejor" idealiza tiempos y lugares, personas y eventos que creo necesario cuestionar. Algo parecido me pasaba al ver la sensación de colectivo que inflaba las luchas durante el estallido social, pues después de mucho la individualidad recalcitrante impuesta por el sistema daba paso a una comunidad que se enlazaba para exigir derechos sobre temas comunes y urgentes. Yo también abrazaba la sensación de estar ante un nuevo Chile, que irrumpía con lógicas de encuentro y red no vistas hace decenios. Sin embargo, mantengo la sospecha y el ojo agudo en tanto la masa no implica que el alma individual haya dado paso a una entrega por las necesidades del otro, pese que a que estas no sean las mías. Debemos distinguir lo individual de lo singular, pues esta última característica es la que realmente conformaría colectivos en vez de masas, en tanto el encuentro amoroso con la diferencia, seria el real signo de un cambio. Como ejemplo tomo la modificación que se propugnaba para el sistema de las AFP, y como todxs acordabamos que el injusto sistema de pensiones debía cambiar en pos de algo más justo y solidario. Hasta que se habló de un fondo común de reparto para compensar a quienes no habrían podido cotizar lo necesario para tener una pensión digna en lo que les quedara de vida. En ese lugar la idea de lo común, del colectivo, del otrx como un sujeto digno de derechos se fue un poco al carajo. Y es que el cuidado de lo propio está metido en el contrato social y en las conexiones neuronales de manera profunda. Insisto, por tanto, en mirar con sospecha la nostalgia de quienes evocan con dolor el pasado colectivo que supuestamente nos une. Nostalgia tenemos de carne, claro está, pero desconozco si luego de saciarse de la piel de otro volveremos a tener reuniones sociales mediadas por celulares o a pensar en intereses que solo pertenecen a la parcela individual, aun cuando suenen como colectivos.
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